Las personas con síndrome de Down pueden y de hecho viven una vida plena y gratificante, y contribuyen valiosamente a nuestra sociedad, sin embargo, hay quienes moralmente no contribuyen a este mismo pensar. Para ser contundentes en este pensar una madre nos hace entrever la real y gran oportunidad de brindar amor, una experiencia entre ella y su hija llamada Luna que la lleva a concluir que: ¡La vida es un maravilloso milagro y los hijos son el regalo más grande que un padre puede recibir, sin importar su condición! Leamos atentamente las palabras de Luna y su madre.
Luna: El 14 de junio del 2017, después de una agotadora cesárea, mamá recibía la noticia de mi condición. Sí, es solo eso: una condición. Ella no podía creerlo, estaba aturdida. Pensaba en porqué no lo supo antes, porque en los ultrasonidos que se realizó mientras estaba embarazada de mí nunca le dijeron nada. Sin embargo, ella me amó desde siempre, mi estado no cambió eso tan grande y sublime que ella sentía por mí. Esa inmensidad de sentimientos encontrados la agobiaban, pero ella solo estaba asustada. Yo seguía siendo yo: su hija (esa que tanto deseó, incluso desde su primer embarazo), su niña, su compañerita de vida.
Ella ama a mis hermanos, pero necesitaba una princesa en casa, una dulce niña que llenara de color su mundo, hasta entonces solo lleno de testosterona. ¿Y yo? Yo la amo. ¡Me encanta que ella sea mi mamá!
Madre: Siempre tuve el anhelo de tener una hija, una ¡mini yo! que pusiera mi mundo de cabeza. Porque los hijos son los príncipes de mamá, ¡pero las hijas son sus mejores amigas para siempre! Cuando Luna Gabrielle nació, hasta entonces no tenía idea de su naturaleza. La pediatra vino a mí y dijo: Su hija presenta rasgos característicos de síndrome de Down, ¿Hay alguien en su familia o la de su esposo con esta condición? –Yo simplemente respondí que no. Sin apenas darme cuenta, cálidas lágrimas cubrieron mi rostro. Fue inevitable llorar, esto era inesperado. Y en mi cabeza solo podía recordar aquel muchacho con síndrome de Down que vivió a 2 calles de mi casa de infancia. Su rostro característico, su falta de locución y su inocencia era todo el conocimiento que yo tenía sobre este síndrome. Soy una ignorante pensé.
Luna: Mamá estaba preocupada por mi crianza, pensó que tendría que dejar su trabajo para poder cuidar de mí. Aún no estaba segura de qué se trataba mi condición. Yo solo quería tranquilizarla. Ella me observaba mucho mientras me alimentaba con el pecho y yo, con mi mirada le decía: Tranquila mamá, todo saldrá bien. Entonces ella me abrazaba fuertemente mientras una lágrima recorría sus mejillas. Después de eso no la volví a ver llorar en el hospital, cuando me llegaba a visitar a neonato. Desde entonces, cada vez que me recibía en sus brazos me sonreía. Para entonces, todos los exámenes que me realizaron para descartar trastornos o enfermedades características debido al síndrome, estaban saliendo normales.
Madre: Me prometí a mí misma cuidar de Luna y hacerla la niña más feliz. Yo tenía suerte de tenerla y quería que ella estuviera feliz de que yo fuera su mamá. El 23 de junio, cuando finalmente, tras superar una difícil infección gastrointestinal nos dieron el alta, sentí un gran alivio de poder llevar a casa a esta linda niña que tanto ansié tener. Ella era luz en mi vida. ¿Y su condición? Era solo eso, una condición. Tras investigar mucho sobre el síndrome de Down (ya que el hospital no me educó sobre el asunto), me di cuenta de que no era para tanto. No tendría que dejar mi trabajo, ni mucho menos dejar de hacer lo que hasta entonces hacía. La vida continuaba y nos estaba sonriendo a través de nuestra pequeña Luna.
Ella era una niña sana y adorable. Lo único que nos quedaba por hacer era enfrentar los retos que, por su condición debíamos afrontar. Esas miradas extrañas de la gente hacia nuestra hija.
Los comentarios negativos de: ¡Pobrecita! ¡Lo siento mucho! La ignorancia de la gente, a eso debíamos enfrentarnos. ¿Decir lo siento a unos padres que con tanta ilusión esperaban un bebé? ¿Lamentarse porque el bebé nació con cierta condición? ¡Eso no es humano! Mi hija nació, vivía, eso era todo lo que importaba. Su cromosoma extra no la hace menos persona, no la hace menos mujer, no la hace menos humana. Vive, respira, crece como la gente ‘normal’. Ahora Luna está a pocos meses de cumplir 2 años, ¡2 años ya! ¡Cómo vuela el tiempo! Está aprendiendo a caminar, ya gatea, come bien, juega, ríe, está creciendo sanamente. ¡Es una niña feliz!
El síndrome de Down es una condición congénita en la que el individuo presenta una copia adicional del cromosoma 21, por lo cual presentará un grado variable de discapacidad cognitiva y unos rasgos físicos muy peculiares.
Lo que yo como madre he aprendido a través de mi experiencia es que, si bien es cierto que el cerebro de las personas con síndrome de Down funciona de manera diferente al de las personas que no presentan el síndrome, ellas son capaces de lograr todo lo que se propongan, al igual que cualquier persona con sus capacidades funcionando al 100%. Pero la enseñanza más importante que yo he tenido, lo que como madre he aprendido a valorar a través de mi pequeña hija es a no darme por vencida, a no dejar que las opiniones negativas de la gente afecten mi forma de ver el mundo. A no permitir que nadie me diga que no puedo o que no lograré hacer lo que me proponga. Y, sobre todo, a valorar cada instante, cada pequeño logro, cada momento compartido con esos seres, esos pequeños milagros que se gestaron en mi vientre y con los que compartiré gran parte de mi vida. ¡La vida es un maravilloso milagro y los hijos son el regalo más grande que un padre puede recibir, sin importar su condición!