Línea Espiritual

LÍNEA ESPIRITUAL

La comunidad inicia como un sencillo servicio provida a la Iglesia, partiendo del reconocimiento de ser “«hijos en el Hijo» que mediante el sacramento bautismal, nos inició en ser «miembros de Cristo y miembros del cuerpo de la Iglesia», como nos enseña el Concilio de Florencia” (Conc. Ecum. Florentino, Dec. pro Armeniis, DS 1314) , para así desde nuestro entorno y fines continuar sirviendo a la misma; porque estamos conscientes de que «cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida (cf. Mc 16, 15) por todo el mundo y a cada criatura» (Evangelium Vitae, 3).

Por ello de la aplicación de la doctrina social de la Iglesia, desde los servicios provida, nuestra espiritualidad desea vivenciar el ser verdaderos adoradores en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24) que viviendo la Infancia Espiritual (cf. Mt 18, 1-5; Lc 9, 46-50) y desde nuestra libertad de ser hijos de nuestro Abba Padre, podamos con amor atender a su llamado cuando nos dice mediante su Hijo:

«El que quiera seguirme, niéguese así mismo abrace su Cruz y sígame» (Mc 8,34), «pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios» (1Cor 1,18).

 

Para no dejarnos transformar por los criterios de este mundo, sino más bien broten de estas pequeñas comunidades, personas renovadas en el espíritu abandonándose en una nueva manera de pensar que les transforme interiormente desde la adoración y así cada uno personalmente sepa distinguir cual es la voluntad de Dios aceptando lo bueno, lo agradable, lo perfecto y no nuestra voluntad en el día a día como dice San Pablo:

«Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rom 12, 1-2).

 

Al hablar de transformación, hablamos de una continua conversión espiritual y moral, para hacernos comunidades y personas integras nuevas, alcanzando la Unión Total con el Divino Amor, hasta poder decir:

«En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20-21).

 

Porque la Palabra de Dios es levadura y pilar que hace fermentar la harina pura, la Harina de Hostias, para que esa harina con su perfección, sea levadura en la Gran Masa de la Iglesia; levadura que solo bajo el amparo e intercesión de Santa María de Guadalupe podremos a ejemplo de ella decir: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Nuestra comunidad desea ser formadora de la Milicia del Corazón de un Niño que nos guía (Cf. Is 11,6b), cristianos auténticos que no tengan miedo de abrirse a los demás (Papa Francisco, XXXIII JMJ, 2018), consientes del “Sello del Divino Amor” (CIC 1274) y ofrenda de estos tiempos, que deben salarse con la sal de la voluntad heroica e iluminarse por la luz que brota de la cruz (cf. Mt 5, 13-14), la cual tuesta y cauteriza, pero fortifica las partes débiles. Ellas deben tostarse y triturarse en el Fuego de la Caridad es decir del amor (cf. Mt 22, 37-39) y mediantes los pequeños sacrificios (Fátima, agosto 1917), poder convertirnos en Harina de Hostias, instrumentos para la salvación de muchas almas y con pequeñez espiritual, fe y esperanza podremos decir: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24).

Llegando a convertir nuestro cuerpo en una verdadera “Domus Vitae”, un Belén (Casa de Pan) que por la Cruz recibiremos: el roció de los dones, frutos, gracias y virtudes; por su presencia Eucarística: el abundante incienso de la Adoración, el ofrecimiento y la reparación (cf. Miserentissimus Redemptor; Mane nobiscum Domine, 18); y mediante su Corazón recibir los deseos del cielo “de ser santos, como Él es santo” (cf. 1Pe 1,16) y es así como todos los días diremos con convicción las perpetuas palabras de Cristo:

“Padre que se haga tu Divina Voluntad y no la mía” (cf. Lc. 22,42).

SALVEMOS VIDAS. SEMBREMOS ESPERANZA. ESCUCHEMOS SUS LATIDOS.